Érase una vez un niño que vivía en un castillo con doble muralla y
torreones muy altos. Era realmente un castillo imponente.
Todo el mundo parecía feliz viviendo dentro de sus muros. Se comentaba
que fuera, un poco a la derecha por donde se pierde la vista, no existía nada,
salvo bestias feroces, ogros y toda suerte de criaturas malvadas que seducían a
los curiosos para después comérselos, así que además, nadie sentía necesidad de
averiguarlo.
En el castillo vivía un rey muy poderoso y todo lo que él decía era acatado
sin la menor duda. De hecho estaba prohibido dudar.
El niño crecía sin preocuparse mucho de las cosas pues pensaba que toda
la vida dentro de los muros era lo “normal”.
Pero desde que era bien pequeño sentía una gran curiosidad por las cosas
y siempre estaba preguntando al maestro el porqué de todo. Al final el maestro
cansado de tanta pregunta y para no tocar temas delicados siempre le acababa
dando la misma respuesta: “Por que lo dice el rey”.
El niño tenía grandes dudas de que todo lo que decía el rey fuera lo
mejor, pero como estaba prohibido dudar, no se atrevía a expresarlas, no fuera
ser que lo castigaran.
Antes de que se me olvide, deciros que el castigo consistía en que se
dejaba de querer al que cometía los diversos delitos y apartaban al infractor.
Y se sentía rechazado y era muy, muy triste. Snif, snif.
El niño fue creciendo y se fue convirtiendo en un muchacho fuerte y
voluntarioso, siempre dispuesto a ayudar a quien se lo pidiese sin importarle
cuanto esfuerzo costaba.
Seguía con sus dudas pero había aprendido a camuflarse bien para que la
gente lo siguiera queriendo.
Muchas veces subía al torreón más alto y desde allí intentaba ver que
había más allá de los muros y preguntándose que cosas terribles habría allí
para que la gente tuviera tanto miedo. Y allí en la soledad del torreón le daba
rienda suelta a su imaginación y fantaseaba y se imaginaba a sí mismo
convertido en héroe de mil historias y galán de otras tantas hasta que se hacía
de noche y el primer rayo de luna le devolvía invariablemente a su resignada
realidad.
Un día, paseando por el mercado a donde iba a menudo a exponer y poder
vender sus dibujos, pues desde pequeño había descubierto que se le daba bien,
fue cuando la vio. La muchacha más hermosa que había visto en su vida y quedó
irremediablemente prendado de su belleza y de una mirada serena y enigmática.
La siguió un rato para saber quien era. Ella iba con una amiga y se reían de
algo. Oh! que risa más cautivadora. Comentaban algo de cómo les gustaría que
fuera su hombre ideal. No escuchaba muy bien, pues iba un poco rezagado para no
levantar sospechas, solo pillaba palabras sueltas entre las que escuchó guapo… apuesto… bien posicionado… y algo que acababa en “ero” y otra palabra
que acababa en “oso”. Y también su nombre, Hermenegilda. Oh! que nombre más
bonito.
Sabía que no estaba bien eso de espiar pero no podía evitar estar
pendiente de lo que decían allí, parapetado detrás de un ficus gigante,
fantaseando de cómo sería que ella se enamorase de él.
Desde aquel día, procuraba hacerse el encontradizo y disimuladamente las
seguía para saber más cosas de ella.
Pues bien, uno de aquellos días en el que hacía prácticas del arte del
espionaje para torpes ocurrió un acontecimiento que cambiaría su vida para
siempre.
Por la calle abajo subían dos mozos cargados con lo que parecía un
tablero gigante que parecía muy pesado pidiendo paso.
-cuidado… cuidadoo!!
Al pasar por donde se encontraba él, se dio cuenta que portaban un
espejo y al verse reflejado en el pensó: “pero ¿dónde crees que vas? ¿Tú te has
visto la pinta que tienes? ¿Cómo vas a esperar que una muchacha tan hermosa se
fije en ti?”
Leafar… Ah ¿No os lo había dicho antes? Bueno, ese era su nombre. Sus
padres le habían puesto ese nombre en honor de un héroe antiguo que según
decían fue uno de los fundadores del castillo.
Pues bien, Leafar pensaba que no era guapo, era terriblemente vergonzoso,
con esa maldita reacción cutánea que le hacía ponerse colorado cada vez que era
objeto de observación y además sus padres eran más bien pobres.
Así que decidió escabullirse y olvidarse de lo que a él le parecía un
sueño imposible. Dio dos pasos hacia atrás, se volvió y se tropezó con un
anciano bastante raro que parecía forastero. Era bastante alto, lo suficiente
como para que todo el rostro de Leafar quedara incrustado en medio de la poblada
barba del anciano.
Apartando los pelos de la barba miró hacia arriba descubriendo unos ojos
sabios y escrutadores.
-Huy! Perdón, no le había visto. Verá… es que yo… estaba aquí…y ya me
iba…
- Se lo que estabas haciendo -contestó el anciano sonriendo y señalando
con la mirada hacia donde estaba Hermenegilda.
Uf! Qué vergüenza, lo habían pillado.
-Así que piensas que eres poca cosa y no te ves ningún atractivo, ¿eh?
Leafar se quedó petrificado. ¿Cómo es posible que este hombre supiera lo
que él sentía? Pero su insaciable curiosidad podía más que el espantoso miedo
que sentía en aquellos momentos. Así que apartándose un poco le preguntó:
- ¿De donde has salido tú? No pareces de aquí, aunque es bastante
improbable pues nadie entra o sale del castillo.
- Pues del espejo.
-¿Del espejo? Anda ya. -Solo le faltaba encontrarse con un chiflado.
- Pues sí, allí estaba yo. No me has visto porque estabas demasiado
obsesionado concentrándote en ti mismo y en tu distorsionada imagen y no has
visto todas las cosas que hay dentro, incluido yo. Soy, por decirlo así, un
buscador de corazones. Y al pasar he visto el tuyo, que me ha llamado
poderosamente la atención. No pienses que voy abordando a la gente a diestro y
siniestro, solo cuando veo algo que vale la pena y hoy lo he visto.
-Pero yo… yo no soy gran cosa.
- Y dale! Ya veo que no tienes un alto concepto de ti mismo. Pero no te
preocupes, suele pasar que las personas ajenas a nosotros mismos ven con más
claridad las cualidades que tenemos. A nosotros nos cuesta más.
El anciano clavó los ojos en Leafar y le dijo:
- Te voy a hacer una pregunta: ¿En estos momentos que es lo que más
deseas?
- Pues quiero ser guapo, rico y famoso.
- ¿Estás seguro de que es eso lo que quieres?
- Bueno, lo de famoso tengo alguna duda porque soy bastante vergonzoso.
El anciano se quedó mudo unos momentos y prosiguió.
- Te vuelvo a repetir la pregunta ¿Es eso lo que realmente quieres? ¿Qué
se supone que te permitirían tener estas cosas que deseas?
- De momento podría enamorar a Hermenegilda y después ser respetado por
todos.
- ¿Y con eso serías feliz?
- Oh, ya lo creo.
- Pues yo creo que en realidad no quieres ser ni guapo, ni rico, ni
famoso. Esto son solo cosas superficiales y temporales, tienen su grado de
importancia pero no definitiva. ¿No será que en realidad lo que quieres es
sentirte amado?
- Bueno, mirado así…
- Otra pregunta, ¿Crees que teniendo estas cosas serías más libre?
Porque, recuerda, soy un buscador de corazones y he visto que el tuyo ansía la
libertad, que te pasas horas soñando en ver y saber que hay más allá de los
muros, que no te queda bien vivir encorsetado dentro de estas paredes.
Leafar se quedó pensativo asombrado de cómo el anciano daba en la diana
una vez tras otra.
- Pero está prohibido salir. – Le contestó.
- Ya y tú siempre obedeces lo que dicen los demás ¿no?
Después de un silencio el anciano le dijo:
- Yo te puedo ayudar. ¿Quieres?
- Oh! ¿De verdad lo harías?
- Pues claro. No me gustaría echar a perder ese corazón. Pero tienes que
poner algo de tu parte.
- Haré lo que sea. Si es necesario me subo al torreón más alto y vigilo
para ti o te busco documentos secretos.
- No, no hace falta. Lo primero que tienes que hacer es salir del
castillo y empezar a caminar.
Leafar se quedó completamente descorazonado. ¿Cómo se atrevía a pedirle
eso? ¿Quién se había creído que era? Eso era imposible, nunca podría volver y
ya nadie le querría. Además ahí fuera existían criaturas feroces que darían
cuenta de él en un plis-plas. Demasiados peligros. Completamente enfadado se
volvió hacia el anciano y le dijo:
- ¿Es así como me quieres ayudar? Ya te puedes volver a tu espejo y
dejarme en paz!
Y se volvió enfurruñado.
El anciano se aproximó a Leafar y le dijo al oído con un tono apenas por
encima del susurro:
- Tú no lo sabes todavía pero yo tengo algo infalible, indicado para
todo tipo de situaciones y problemas. Tengo magia… - esbozando una sonrisa.
Leafar se volvió de nuevo hacia él.
- ¿Magia?
- Si, magia. ¿Sabes lo que es,
no?
- Claro hombre! Que sea tímido no quiere decir que sea tonto. ¿Y como se
supone que me va a ayudar tu “magia”?.
- Un momento, no seas tan incrédulo. Deja a un lado la lógica por un
rato y escúchame. Mira, he cogido tres
cosas que si te hubieras fijado bien también estaban en el espejo. Con esto
tres objetos podrás sobrevivir y te darán lo que necesitas en su momento. Por
nada del mundo las pierdas. No hay recambio.
Acto seguido saco de su bolsillo tres cajitas, cada uno con una
inscripción en la tapa y se las mostró.
- Si decides dar el paso me encontrarás en el espejo y recuerda, si
quieres conseguir a Hermenegilda tienes que salir de aquí. Tendrás que llegar a
la montaña sagrada y buscar un objeto
único, lograr abrirlo y dentro encontrarás tu verdad y con ella podrás
conseguir todo lo que deseas en esta vida.
Leafar se quedó un buen rato dándole vueltas a este insólito encuentro y
a tanto misterio. Tenía miedo pero al mismo tiempo sentía un impulso
irrefrenable que iba más allá y le tiraba inexorablemente hacia esa loca
aventura que podría acabar para siempre con todo lo que conocía hasta ahora y
que hasta ese momento le había proporcionado esa sensación de comodidad y
seguridad. Volvió a mirar a Hermenegilda que ya se alejaba con su amiga y se
dijo que ella valía todos los peligros que pudiera haber.
Así que se armó de valor y se fue a buscar al anciano.
De pronto cayó en la cuenta de que no se había fijado donde se llevaban
el espejo. Miró a un lado y luego al otro y no veía ningún indicio de donde
podrían haberlo llevado. Anduvo durante horas preguntando aquí y allá si
alguien había recibido un espejo grande muy raro. Nadie le supo decir nada. Con
los ánimos por los suelos decidió volver a casa. Decidió dar un rodeo para
hacer tiempo pues no tenía ánimos de encontrarse con nadie conocido y tampoco
hablar con sus padres y se fue por una calle sombría como sus pensamientos en
ese momento. De pronto de un portal oscuro escuchó un siseo e impelido por la
curiosidad se asomó y ¡Ostras! Allí estaba el espejo apoyado en una pared, pero
ni rastro del anciano. Ya empezaba a dudar de que todo aquello hubiese sido
real cuando descubrió sentado en la escalera al anciano.
-Hola Leafar. Te esperaba antes, quizás te he sobrevalorado, hum… Pero
bueno aquí estás. ¿Te has decidido?
-Creo que si no lo intento me arrepentiré el resto de mi vida. De todas
formas esta ciudad se me ha quedado pequeña. Y el amor ha sido hoy más fuerte que
mis miedos. No sé mañana. Aun así iré.
-Muy bien! Un gran primer paso. Aunque te advierto que las cosas a veces
suceden de una manera diferente a como tenemos pensado. Lo que nos parece a
veces un ideal elevado luego no lo es tanto cuando conocemos la realidad de
algunas cosas y algo que se nos había pasado inadvertido cobra una vital
importancia.
Leafar con ilusión pero todavía con el miedo y la incertidumbre de lo
desconocido empezó a dirigirse hacia la puerta de la ciudad que daba al norte.
El anciano lo miraba con una mirada entre orgullosa y dudosa. Lo llamó una
última vez.
- Eh! Espera, ¿no te olvidas de algo?
- Ay sí, me dijiste que me ayudarías con las cosas aquellas. Menos mal! No sé qué haría sin la magia. Seguro que no
llegaría muy lejos. Gracias, gracias.
-Pues toma, tus tres cajitas. Solo unas pequeñas instrucciones.
Recuérdalas porque solo te lo diré una vez. Son solo de uso personal, o sea que solo las
puede usar una persona, no son colectivas. Otra cosa, las podrás usar una sola
vez, así que las has de utilizar solamente cuando sea estrictamente necesario.
El anciano le puso la mano en el hombro y se despidió de Leafar
deseándole suerte y un último consejo:
-Recuerda que tu éxito está al otro lado de tus miedos.
Leafar a continuación fue a su casa para recoger las cosas que él
consideraba imprescindibles para el camino y las fue introduciendo en su
inseparable mochila: provisiones, algo de ropa limpia, una brújula, una navaja,
cerillas y algunos cachivaches más. Luego le contó a sus padres que estaría
unos días en casa de un amigo y se marchó.
Se dirigió con sigilo a la puerta norte porque él ya sabía que era la puerta
menos vigilada y donde el muro era más bajito así que no le costó mucho esfuerzo
sortearlo.
Bueno, y ¿ahora qué? ¿Hacia dónde dirigirse? ¿Dónde estará la montaña
sagrada y como la reconoceré? Leafar empezó a caminar sin una ruta definida.
Eligió un camino solamente porque le gustaron las flores que crecían en sus
orillas. Al poco rato llegó al bosque y pensó: “Bueno, allá vamos. No sé qué
criaturas habrá ni si llegaré vivo y con un primer paso se adentró en el bosque
esperando que de un momento a otro se encontraría con lo que pondría fin a su
aventura y a su amada. Pasó un largo rato y no sucedió nada, solo había visto
unas ardillas, que no parecían muy feroces por cierto y pajarillos que cantaban
y revoloteaban sin la más mínima intención de abalanzarse sobre él y devorarlo.
¿Es posible que todo lo que le habían contado solo fueran cuentos para
atemorizar y que todo eso de las criaturas no fuese cierto? De todas formas
habría que estar atento por si acaso.
Fue recogiendo frutos del bosque
y plantas que sabía que eran comestibles para proveer la pequeña despensa de su
mochila.
Pronto se hizo de noche y se hizo necesario buscar un sitio donde dormir.
Miró a su alrededor y vio un árbol con una gran copa que parecía confortable y
se encaramó a él. Le llamó la atención un símbolo grabado en una rama que
parecía un arco con su flecha preparada. No le dio demasiada importancia y sacó
sus provisiones para comer algo. Rebuscó dentro de su mochila y cenó
frugalmente. Luego se acurrucó para dormir pero con sus sentidos alerta por si le
acechaba algún peligro.
Al cabo de un rato le despertó un ruido, se asomó y descubrió
horrorizado una bestia peluda enorme que parecía un lobo pero mucho más grande
y que andaba apoyándose sobre sus patas traseras dando vueltas al árbol
mirándolo con sus ojos rojos, con esa mirada que ponen los depredadores sobre
sus presas esperando el momento oportuno para abalanzarse.
Leafar estaba petrificado. Sí que había durado poco su viaje, pensaba.
Iba a morir a las primeras de cambio. Porqué me habría metido en este berenjenal,
con lo tranquilo que estaba en casa. De pronto recordó el motivo de todo aquello y empezó a buscar la
manera de salir de esta amenaza. Pero no veía cómo y se descorazonó.
La criatura en ese momento habló y le dijo:
-Hola Leafar, hace tiempo que te espero. Llevo días sin comer para
saborear mejor tu suculenta carne. No te esfuerces en buscar la salida, tengo
paciencia.
Leafar le contestó:
- ¿Quién eres y como sabes mi nombre?
- Mi nombre es Locura y te
acecho desde hace mucho tiempo. Además soy indestructible y no te podrás
deshacer de mí.
Leafar se sintió morir. Se acordó de una leyenda sobre esta bestia que
se contaba que si te devoraba, después de pasar por sus tripas salía una
persona totalmente diferente, que no lo conocía nadie y él no conocía a nadie
tampoco. Si sucumbía a esta bestia, ¿qué sería de él? Nadie le querría, huirían
de él, estaría solo y apartado siempre, nadie lo tomaría en serio y se reirían
de él todos, hasta los niños. Ya no sería nada de nada.
Cuando empezaba a perder la esperanza cayó de pronto en la cuenta que
tenía algo con lo que luchar. Claro!… la magia del anciano. Sacó las cajitas y
las observó y en una de ellas había un dibujo de una bestia.
-Esta tiene que ser.
De pronto le entraron dudas. Recordó lo que le había dicho el anciano.
“solo la podrás usar una sola vez”. ¿Y si le hacía falta más adelante? Quizás
había otras criaturas mucho más peligrosas. Decidió por fin usarla pues él
sabía que eso que tenía allí abajo era el miedo más grande que le atormentaba.
Si eran fuertes eso lo podría solventar, pues él era fuerte también y si eran
rápidas él también lo era, así que se
volvió hacia la bestia y le dijo:
- Con esto no contabas, eh? Y le mostró la cajita.
- Ja ja ja. Y crees que con eso puedes hacerme algo? Te he dicho que soy indestructible.
Leafar abrió la caja y dentro había unos polvos. Vaya, pensó. Quizás
esperaba algo más espectacular. Pero por alguna razón tenía fe en el anciano.
Los cogió y se los lanzó
-Y que se supone que vas a hacer con esto? ¿Rebozarme como una croqueta?
– Contestó la bestia riéndose a mandíbula batiente.
Pasó un rato y no sucedió nada. Y Leafar, ya completamente desesperado
tomo la decisión de acabar ya de una vez con todo aquello y se dijo que si
tenía que morir lo haría luchando dignamente. Asió su cuchillo y se lanzó
contra aquel imponente animal emitiendo un poderoso grito. Aaarrrrgggg!!!
Entonces la bestia abrió sus fauces para engullirlo y cuando ya estaban
a punto de encontrarse la bestia desapareció de repente y Leafar, con la
inercia de su salto se dio un morrazo contra el suelo todavía gritando y con la
mirada furiosa. En lugar de la bestia solo había quedado un frasco con una
inscripción. Leafar asió el frasco y leyó lo que decía:
“Pequeñas dosis de locura, necesarias de vez en cuando”
Pues es verdad, se dijo. Resulta que sí que era indestructible.
Miró la cajita y pensó que no era tan mágica como pensaba pero al mirar
dentro leyó una inscripción que ponía: Instrucciones: Lanzar los polvos y
esperar media hora para conseguir sus efectos.
Esto de hacer las cosas sin mirar antes… La próxima vez miraré mejor.
Con la confianza y las fuerzas renovadas continuó su periplo acordándose
de su amada y diciéndose que nada en el mundo le haría retroceder.
Mientras caminaba de nuevo iba descubriendo un mundo que nunca hubiera
sospechado que existía encerrado como estaba entre aquellos muros. Era un mundo
extraordinario y a la vez misterioso. Criaturas extrañas iban apareciendo y
desapareciendo mientras se iba adentrando en aquel fabuloso bosque. Algunas
descaradas y juguetonas y otras tímidas y huidizas.
Cansado ya de caminar decidió descansar un rato y se sentó al pie de un
árbol. Abrió su mochila para comer algo y cuando iba a probar el primer bocado
un ruido lo distrajo. Aguzó el oído para identificar la naturaleza del sonido y
le pareció escuchar a alguien llorar. Guiándose por su oído se acercó a la
fuente del sonido y ahora sí que estaba seguro de que alguien lloraba. Se asomó
y descubrió a una muchacha desconsolada que sollozaba tirada en el suelo. A
Leafar siempre le afectaba ver a la gente llorar, así que se acercó y
poniéndole suavemente una mano en el hombro se dirigió a ella y con voz tierna
le dijo:
- Hola, ¿Qué te pasa? Por favor no te pongas triste que seguro que lo
que sea que te pasa tiene solución.
La muchacha levantó sus ojos y al mirarse los dos se llevaron una
sorpresa mayúscula.
- ¡Ostras! Yo te conozco.- Dijo Leafar asombrado.- Tú… Tú eres la amiga
de Hermenegilda!! ¿Qué haces aquí y por qué lloras?
- Hola -dijo la muchacha tímidamente.
- ¿Cómo te llamas? Preguntó Leafar que seguía con su interrogatorio.
-Tú eres el chico que nos seguía, ¿verdad?
- Vaya, pensé que no os habíais dado cuenta.
- Deberías haber elegido un arbusto más grande. Lo único que no se te
veían eran los pies dijo la muchacha esbozando por primera vez un amago de
sonrisa.
- Lo que os habréis reído a mi costa, no?
- Pues sí, eras muy gracioso.
- Bueno ahora que he conseguido aliviar tu tristeza un ratillo, dime por
favor ¿Qué haces aquí y por qué llorabas?
- Bueno, es una historia un poco extraña. Verás para resumir te diré que
sí, como ya sabes soy amiga de Hermenegilda, la bella Hermenegilda. Vivo a su
sombra y todos los chicos se enamoran de ella. La quiero y la odio al mismo
tiempo aunque nos hemos criado juntas desde pequeñitas y sería incapaz de
hacerle daño. Yo creo que nadie se da cuenta de mis sentimientos. Llevo un
tiempo enamorada de alguien pero él no sabe ni siquiera que existo. Me estaba
planteando ingresar en el templo como todas las solteronas, cuando un anciano
me abordó. Era un hombre muy raro.
- No me digas más. ¿Te dijo que vivía en un espejo? ¿No te habrá
enredado a ti también?
- ¿Cómo lo sabes?
- Pues, ¿Por qué te crees que estoy yo aquí? Parece ser que este hombre
tiene un interés especial en mandar a la gente fuera del castillo a perseguir
amores imposibles.
- ¿Ah sí? ¿Y por quien suspiras tú? Preguntó la muchacha abriendo sus
luminosos ojos.
- Bueno, a ver cómo te lo explico. Espero que no te sepa mal pero mi
amor es Hermenegilda.
-Oh! Hermenegilda.- Y sus ojos se llenaron de lágrimas en ese instante.
- No llores por favor. Seguro que tu amado se fijará en ti y seréis
felices. No entiendo por qué los chicos no se fijan en ti. Eres muy guapa y
tienes unos ojos muy bellos, extraños, pero bellos. – Dijo Leafar reparando en
los ojos de la muchacha de un color indefinido entre violeta y azul y tan
profundos y limpios como el océano.
- Ahora creo que moriré en este viaje- contestó la muchacha- pero iré de
todos modos si logro encontrar el camino. Cuando me encontraste me había
perdido y llevo dando vueltas todo el tiempo para salir al mismo sitio una y
otra vez. Por eso lloraba.
- Si quieres puedes acompañarme un trozo del camino. Yo te ayudaré a
encontrar tu camino. Tengo magia- mostrándole muy ufano en ese momento las dos
cajitas que le quedaban.
- Te doy las gracias. En realidad no sé por dónde continuar y cualquier
camino que me saque de aquí ya me vale. Yo tengo que encontrar una isla que hay
en medio de un lago. Quizás pueda entender y encontrar consuelo a mi desdicha y
tal vez un poco de esperanza. Por cierto, me llamo Altair.
- Que nombre más interesante. “La estrella más brillante”…
- Mis padres que eran muy optimistas.
- Pues encantado Altair. Mi nombre es Leafar.
- Tu nombre ya lo sabía, me lo dijo Hermenegilda.
Leafar sintió que el corazón se le salía del pecho. Hermenegilda lo
conocía a él. Wow!!
Con las fuerzas renovadas continuaron cada uno con su misión y sus
miradas puestas en su persona elegida. Mientras caminaban hablaron durante
horas de lo que cada uno pensaba de la vida, de su infancia, de sus deseos y
anhelos, de sus fracasos y de sus miedos. Se les fue la noción del tiempo y en
un momento dado repararon que el sol ya declinaba y no sabían muy bien por
donde seguir.
Leafar sacó su brújula y mirándola se preguntó qué dirección sería la
correcta. Al final decidió ir hacia el norte, pues la aguja se empecinaba una y
otra vez en señalar hacia allí. Salieron por fin a un claro con un grandioso
árbol justo en medio. Decidieron refugiase unos momentos debajo. Dieron el
primer paso dentro del claro confiados y contentos de encontrar refugio, cuando
de pronto algo agarraba sus pies y al mirarse vieron como unas raíces se
enredaban y tiraban de ellos como si quisieran engullirlos en la tierra. Leafar
luchaba con su cuchillo, pero cada vez que cortaba una, brotaban nuevas raíces
que lo enredaban cada vez más. Altair gritaba y se agarraba con fuerza a Leafar,
pero era inútil, cada vez las enredaderas la arrastraban inexorablemente sin
que ella pudiera hacer nada. Leafar al ver que no podía retenerla le pasó otro
cuchillo para que ella pudiese luchar. No lo conseguía. Así que después de
dudar un poco, primando su corazón sobre su propia conveniencia, cogió una de
sus cajitas en cuya tapa estaba dibujada una espada y en un acto desinteresado
se la pasó. Quizás así tuviera una oportunidad de salvarse. Al cabo del rato la perdió de vista, aunque
su última imagen le mostró a Altair luchando con gran valentía y coraje. Pero
no podía entretenerse pues las raíces tiraban muy fuerte y empezaba a quedarse
sin fuerzas. Ya volvería a por ella más tarde. Algunas raíces eran realmente
fuertes y le costaba un mundo desprenderse de ellas. Conforme iba cortando se dio cuenta que cada
vez que la raíz se desgajaba de su cuerpo resplandecía una palabra. No lograba
ver lo que ponía, cosa de le daba gran desazón. El, que siempre se había
jactado de sus capacidades. Así que se dejó llevar y reconocer sus limitaciones
y fue entonces cuando las palabras empezaron a coger forma. Como a cámara lenta
iba leyendo cada una: “miedo al rechazo”, -esta era una raíz
muy gorda- “pereza”, “culpa”, “auto
exigencia”, “infravaloración”, “inflexibilidad”, “orgullo”, “gente tóxica”…
Con un último esfuerzo, ya casi si resuello, Leafar consiguió aferrarse
al árbol y en cuanto tocó su rugosa piel el tiempo se detuvo, las raíces
dejaron de tirar. Leafar cayó al suelo exhausto y en ese momento el árbol habló
y dijo:
- Hola, hola, hola… ¿Cuesta desprenderse de esos lastres, verdad? Dijo
el árbol.
Leafar se quedó con la boca abierta. ¿Un árbol que habla? Y ojiplático
como estaba preguntó:
- ¿Quién eres? No había visto nunca un árbol que hablase.
- Es que encerrados en sus muros la gente no se da cuenta de las
maravillas que los rodean. Más bien les tienen miedo. Dicen que somos seres
malignos…
Mi nombre es Intuición. Es abreviado. Antes tenía un nombre más largo que era “Las
cosas que ya sabes y miras para otro lado”. Yo te puedo decir en todo momento
cual es la verdad. Solo tú decides si me haces caso o no. Eres libre. Pero
ahora que te has librado de esas enredaderas quizás sea todo más fácil a partir
de ahora. ¿No crees? Tú hoy has demostrado una voluntad muy grande para llegar
hasta aquí. Hace falta mucha humildad y valor, primero para reconocer y luego
para cortar.
Hay quienes no lo consiguen y se ven arrastrados a las profundidades. No
es definitivo, siempre pueden salir, pero a veces lo hacen muy tarde en su
vida, incluso algunos mueren antes. Así que aprovecha y pregúntame lo que
quieres saber.
En ese momento se fijó que el árbol estaba encadenado con unas gruesas
cadenas.
- ¿por qué llevas esas cadenas?
- Bueno, le gente muchas veces prefiere ignorarme porque no les gusta lo
que les digo y cuando insisto pues algunos me encadenan y prefieren seguir con
sus fantasías. Pero hoy estoy de buenas y como te he dicho antes, puedes
preguntar lo que quieras.
En esos momentos Leafar se acordó de Altair. La última vez que la vio
estaba luchando, como él, con las raíces y después la había perdido de vista.
Empezó a preocuparse y a sentirse un poco responsable de ella pues él la había
animado a acompañarle. Se volvió hacia el árbol y antes de que dijera nada el
árbol le contestó:
- No te preocupes por ella. Altair ha de cortar sus propias enredaderas
y encontrar su propio árbol y seguir su propio camino donde la aguarda su
propio destino. Es una chica fuerte. Seguro que lo conseguirá. Además tú no
estás aquí por ella. Tú iniciaste esta aventura por Hermenegilda.
- Es verdad, aunque no puedo evitar preocuparme por ella. Pobreta… Me
encantaría que pudiera cumplir su sueño.
- Pues verás, hablando en concreto sobre lo que yo quiero saber en estos
momentos lo que más me interesa es saber el camino que he de escoger para
llegar a la montaña sagrada.
- Bien, como puedes ver –contestó el árbol- a partir de aquí solo se ven dos caminos. Uno
es el correcto y el otro te conduce de vuelta al principio del bosque. Así que
has de elegir uno.
Leafar examinó los dos caminos y le dijo al árbol:
- Creo que iré por el de la izquierda.
- Muy bien, correcto. ¿Y como has llegado a esa conclusión?
- El de la izquierda tiene un símbolo que ya he visto antes.
Leafar había visto en una piedra que estaba junto al camino el arco con
su flecha que vio también en aquel árbol donde durmió la primera noche.
El árbol Intuición le dijo:
- Veo que has estado atento. Cuando caminamos o estamos con gente o
tenemos que tomar una decisión siempre hay señales para el que tiene ojos para
ver y oídos para oír, quiero decir que está atento. Sigue pues, que tu destino
está cerca.
- Gracias. ¿Puedo hacer algo por ti?
- Si me liberas te acompañaré siempre que me necesites.
Acto seguido Leafar soltó las pesadas cadenas liberándolo y abrazando a
tan ancestral árbol.
Leafar se levantó para seguir su camino ya con su Hermenegilda en mente
y echando un último vistazo atrás, vislumbró a Altair que ya libre de ataduras
conversaba con otro árbol, lo cual le produjo un gran alivio. Pero ¡Qué
extraño! cuando entraron en el claro solo se veía uno. Se volvió para decirle a
su árbol lo de esa distorsión. Pero el árbol ya no estaba y solo quedaba un
charco de agua donde antes estaba tan magnífico ejemplar. Era libre. Se asomó
al charco solo esperando ver su imagen reflejada y lo que vio lo dejo sin
palabras. Al asomarse en vez de su imagen se reflejó la del árbol y en ese
preciso momento se dio cuenta de que el árbol en realidad era él mismo y que
las cadenas las puso él también en algún momento de su pasado y ahora por fin
lo había liberado.
Con las fuerzas y la confianza renovadas Leafar puso un pie en el camino
elegido y comenzó a caminar de nuevo. Se sentía como un poco más liberado. Continuó
su caminar y por tres días no pasó nada, el camino seguía y seguía sin
vislumbrarse ningún desenlace. De pronto recordó que debía estar atento y
entonces mirando al cielo la vio. Una nube con forma de un arco con su flecha
que señalaba hacia un monte de forma peculiar que aparecía en la lejanía. ¡Esta
debe ser! ¡La montaña sagrada. Por fin!
Conforme se acercaba a la extraña montaña una sensación como de
cansancio se iba apoderando de él y notaba como la mochila le iba pesando más y
más. Se concedió unos momentos para descansar y se sentó al borde del camino.
¿Cómo es que la mochila le pesaba tanto? La abrió para repasar su contenido y
fue sacando las cosas que portaba y así decidir si todo lo que llevaba era
indispensable. Hablando como para sí mismo iba repasando:
- A ver que tenemos aquí. La brújula, ropa de recambio, jabón, comida,
cuchillo, navaja multiusos, gafas de sol, gorro, linterna… Y esto?
En el fondo de la mochila descubrió unos paquetitos envueltos y en cada
uno escrito su contenido. Los fue sacando uno a uno y fue leyendo los
letreritos.
El primero que sacó era muy, muy pesado. Con razón estaba tan cansado y
pesaba tanto la mochila. En la tapa ponía: Importancia de la opinión de los demás. Lo destapó y dentro encontró varias piedras
con su propia inscripción: Familia, amigos, vecinos, jefes, autoridades y más
piedras con más gente. No había sido consciente, hasta ahora que se situaba
frente a este paquete y su contenido, de la cantidad de opiniones que tenía en
cuenta a la hora de tomar decisiones. Uff!! Demasiada gente. Tantas personas a
las que contentar era realmente pesado. Debería ser más yo mismo y dejar de
tanto aparentar, pensó. Se dio cuenta de cuan grandes habían sido sus esfuerzos
por ser aceptado.
Dejó a un lado el paquete y cogió
otro del fondo de la mochila también muy pesado. Este ponía: Huida hacia la zona de
confort. Lo abrió también y fue mirando las piedras,
que decían: miedo al sufrimiento, temor al qué dirán, vulnerabilidad,
desconfianza, cobardía, preocupación excesiva del futuro, etc…
Todo esto le recordó a los largos periodos de enclaustramiento
voluntario al que se sometía para no tocar estos temas. Como si las cosas se
solucionaran solas viéndolas pasar! O no atreverse a hacer cosas nuevas para no
verse con la obligación de tomar decisiones que modificaran ese estado de ficticia
tranquilidad. Tenía que implicarse más en lo que él creía. Lanzarse y
embadurnarse hasta las orejas y dejar de pensar en las consecuencias.
Lo dejó a un lado también y extrajo otro paquetito. Este pesaba un poco
menos, pero lo suficiente para ser molesto cuando lo atarregas mucho tiempo.
Este ponía: Ponerse las
pilas solo cuando se siente la presión. Al abrirlo solo había una piedra que decía
lo mismo que en la tapa. Cuanto tiempo perdido, cuanto talento desperdiciado!
No sabía muy bien por qué tenía esa costumbre, pero la verdad es que cuando
hacía las cosas cuando ya era apremiante la cosa, le salía una energía y una
claridad asombrosas y se dio cuenta de la cantidad de cosas que podría hacer si
no postergara la decisión de ponerse en marcha. Desde luego iría mucho más
tranquilo y no sufriría el estrés de tener que hacer las cosas con tanta
presión. Sí, era cansado. El éxito se le escapaba por ahí.
Miró dentro de la mochila y todavía quedaban un par de paquetes. Uno
ponía Falta de
recursos y otro que decía Gastos imprevistos. Bueno, era cierto
que esa falta de abundancia le tenía la mente más ocupada de lo que a él le
gustaría, pues le impedía tener más tiempo para enfrascarse en sus diversos
talentos. Los sacó y los dejó a un lado.
Miró todos los paquetes que había sacado y pensó en la cantidad de peso
que llevaba arrastrando pues no recordaba ni un solo día en que no se cargara
su pesada mochila encima para ir a cualquier sitio. Decidió abandonar los
paquetes allí. Es más, la mochila entera también, ea! De hecho había encontrado
todo lo que necesitaba por el camino hasta ahora y ¿por qué no iba a ser así de
ahora en adelante? Así que cogió nada más que lo que le cupo en los bolsillos y
se levantó. Fuera mochilas!
¡Que ligero se sentía ahora! Se puso en marcha y antes de que se diera
cuenta se encontró delante de aquella extraña montaña. Que rápido había llegado
sin tanto peso inútil. Enseguida supo que efectivamente era la montaña que
estaba buscando. Más que nada por un letrero bien grande que decía: MONTAÑA SAGRADA.
Sí, sí, era evidente, no podía ser otra.
Ahora que estaba ten cerca no podía de dejar de sentir una gran
excitación. No sabía que se encontraría, ni a lo que se podría enfrentar, ni si
sabría estar a la altura de las circunstancias. El viaje no había sido fácil.
Recordó el motivo por el cual había comenzado esta aventura, la bella
Hermenegilda y el anhelo de conseguir su amor. Pero a lo largo del camino se
había tenido que enfrentar a sus peores miedos y también hacer un azaroso viaje
dentro de sí mismo que le había revelado cosas, que aunque siempre habían
estado allí, ahora era plenamente consciente de ellas y eso lo animó pues ahora
sabía hacia dónde dirigir su atención.
-Bueno, ¿y ahora qué? ¿Qué se supone que debo hacer? -Se preguntaba para
sí mismo. Recordó en esos momentos lo que le dijo el anciano: “Tendrás que llegar a la montaña sagrada y
buscar un objeto único, lograr abrirlo y
dentro encontrarás tu verdad”.
¡Pues anda que no es grande la montañita! Pensaba Leafar. No sé por
dónde debo empezar a buscar…
La montaña era bastante monolítica, con forma de pirámide y no se le
veía fisura ni entrada por donde penetrar. Y ya que buscando por el exterior no
había visto nada que se pareciera al objeto que debía encontrar, le hizo suponer que eso se encontraba en el interior. Leafar
cerró los ojos y dejó que su cuerpo se tranquilizara y calmara el oleaje de
pensamientos que recorrían sin cesar su hiperactiva mente. Confía en tu
intuición, estate atento, se dijo.
Con la atención puesta en su propia respiración poco a poco se fue
envolviendo en una profundidad consciente, iridiscente y colorida. Perdió la
noción del tiempo y al cabo de un indefinido rato abrió los ojos y al mirar a
su alrededor se dio cuenta de que ya no estaba en el exterior de la montaña
sino dentro de ella, en una especie de cámara con multitud de objetos a cual
más raro.
Maravillado por esa atípica tele-transportación fue recorriendo la
estancia de arriba abajo, observando con los ojos abiertos de par en par todo
lo que allí se encontraba y preguntándose cómo había sucedido el milagro.
- Un objeto único… Uff!! Allí se
encontraban como mil objetos únicos. Un violín con sogas en vez de cuerdas, un
pincel sin pelos, un garbanzo de 50 centímetros, unas gafas sin cristales,
cajas de diferentes tamaños y formas y así por el estilo. Iba andando por entre
tanto extraño cachivache sin decantarse por ninguno en concreto cuando al pasar
por delante de un gran espejo se miró y la imagen reflejada le devolvió a su
conocido árbol, tan majestuoso como lo recordaba. Su Intuición.
- Hola, hola, hola… ¿Qué hay de nuevo? ¿Necesitas algo de mí? ¿Alguna
pregunta? Recuerda que yo nunca te miento, -habló el árbol en ese momento.
- Ahora mismo se me ocurren doscientas mil. Pero la más importante es
saber qué objeto he de buscar, pues de eso depende mi futuro y el de mi amada y
entre tanto objeto estoy muy confundido. Ah! Y otra cosa: ¿Cada vez que me mire
en un espejo o me refleje en una superficie te tengo que ver a ti? Al final me
voy a olvidar de como soy o si llevo bien puesta la raya del pelo.
- Ja,ja,ja,ja. – El árbol se partía de risa. – Tranquilo, tranquilo. En
cuanto te acostumbres a sentir mi presencia volverás a verte tal cual eres,
aunque te advierto que los espejos, tan traviesos ellos, a veces muestran solo
lo que queremos ver, tanto por lo bueno como por lo malo y tienen la mala
costumbre de hacernos creer que lo que vemos es lo real. Cuando te suceda eso
tendré que aparecer de nuevo para guiarte un poco. Y ahora vamos a lo realmente
importante. Quieres saber que objeto buscar. Vamos a ver…
¿Sabes por qué hay tantos objetos y tan diferentes?
- Pues no.
- ¿Crees que eres el único que viene a esta montaña? Cada objeto tiene
que ser algo especial para cada uno de los que vienen. Así que busca el tuyo,
el que sientas que va contigo de una manera especial. No es el violín ¿Verdad?
- Va a ser que no.
- Mira otra vez, pero sin la mente. Usa tu corazón.
Leafar fue recorriendo con la mirada otra vez toda aquella suerte de
objetos totalmente inconexos entre sí. Y allí, semienterrado entre varias
piezas algo le llamo poderosamente la atención y sintió un pálpito al descubrir
un libro con unas tapas singulares en las que una imagen tallada en su dura
cubierta le reflejaba su propia imagen de una manera casi exacta.
- ¡Ostras! ¡Pero si soy yo!! . No me lo puedo creer.
Leafar intentó abrirlo pues sentía que allí estaban escritas las
respuestas a todo lo que se había preguntado desde niño y lo mejor de todo,
como llegar al corazón de Hermenegilda. Pero nada, no había manera de abrirlo.
Lo intentó todo. Buscó algún resorte secreto, utilizó su cuchillo, lo estampó
contra la pared varias veces, le habló como si fuera un ser vivo, incluso se le
escapó un “ábrete sésamo”, pero nada, el libro continuaba tan hermético como al
principio.
Cogió el libro y se sentó frente al espejo y su árbol.
- ¿Y ahora qué? ¿Tienes respuesta para esto? No hay manera de abrirlo.
-Creo que te has ofuscado un poquito. – respondió el árbol con una media
sonrisa.
Esta actitud de autosuficiencia le irritaba sobremanera a Leafar.
- ¿Puedes dejar esa actitud de sabelotodo? Es más, no creo que lo sepas
todo.
- Ay Leafar, ¿Cuándo aprenderás a confiar en mí? Reconozco que quizás
alguien me puede engañar, pero si te dejas guiar por mí, el camino hacia la paz
contigo mismo estará siempre despejado. Eso te lo puedo garantizar. Sé cómo tú
eres. Tengo acceso a recuerdos que tú mismo olvidaste hace mucho tiempo,
memorias incluso de antes que nacieras. Y todo lo hago por amor a ti. Así que
cuando sientas mi llamada recuerda todo el amor que hay detrás de mis avisos.
- Oh! He sido injusto contigo. Perdóname. De ahora en adelante te
escucharé siempre. – y al decir esto se le entelaron un poco los ojos por la
emoción. – Bueno vamos, - dijo levantándose y con la mirada resuelta- tenemos
un misterio que resolver y una chica a la que enamorar.
- Ole! Ese es mi chico!! Venga, vamos a por ello!!
Leafar asió el libro, le dio dos vueltas y enseguida se sentó otra vez.
- No sé cómo abrirlo. – Contestó descorazonado.
- No te desanimes tan pronto. Seguro que hay una manera. Empecemos por
lo evidente. ¿Te has fijado bien en la tapa? ¿Qué ves?
- Me veo a mí mismo.
- Y ¿Qué más? Mira bien, porque yo veo más cosas. ¿Qué está haciendo?
¿Qué postura tiene? ¿Qué hay entre sus manos?
Leafar se fijó bien y entonces fue descubriendo cosas a las que no le
había dado importancia pero que bien mirado le daban pistas. La figura estaba
de pie con un brazo extendido como si quisiera tocar algo y en la otra mano
tenía dos llaves. Frente a él se veían dos puertas. En una ponía VIDA y en la otra MUERTE y
por detrás se comunicaban.
- ¿Qué significa esto? – Dijo Leafar.
- Significa que tienes que elegir – le contestó su Intuición con forma
de árbol.
- Hombre! La respuesta es obvia creo yo.
- ¿Estás seguro? Te voy a plantear unas cuestiones. ¿Qué significa
vivir? Leafar abrió la boca para
contestar pero su árbol le cortó y lo dejo con el gesto congelado.
- No me respondas, era una pregunta retórica. Sigo, ¿Qué significa
vivir? ¿Respirar, comer, beber, dormir? Eso lo hacen hasta las plantas o
cualquier bicho que anda por ahí. La decisión que te plantea el libro no está
dirigido a cualquier ser vivo. Está dirigida a ti en particular. ¿Vives o solo
respiras mirando todo pasar sin participar? ¿Vives la vida que tú quieres o la
que quieren los demás? ¿Pones los cinco sentidos en las todas las cosas que
haces sacándole todo el meollo a la vida o te escondes pensando que mejor no
menear la mierda? ¿Piensas que todo lo que has hecho hasta ahora en tu
existencia ha sido VIVIR? Y en cuanto a la muerte, parece obvio que nadie
elegiría esa puerta a propósito. Pero, ¿hacia dónde te encaminas cuando
maltratas tu cuerpo con alimentos, bebidas o substancias que sabes que te
perjudican claramente? ¿Hacia donde te llevan las emociones que se envenenan
dentro porque no encuentran una salida digna o el estrés o el permitir que
gente tóxica te está marcando el paso constantemente en tu vida?
Leafar escuchaba con la boca abierta. –Qué puñetero el árbol este-
pensó. ¡Como sabe meter el dedo en el ojo!
-Lo bueno de todo esto es que, – siguió el árbol- como ves en la tapa,
tú tienes la llave para ir hacia un lugar u otro. Pero cuidado, si no lo haces
con la llave correcta las puertas se comunican. No sé si te habrás fijado pero
las llaves también tienen nombre.
Leafar aguzó la vista y sí, es verdad, de las llaves colgaban unas
etiquetas con un nombre en cada una. En una ponía AMOR y en la otra ponía MIEDO.
- Pues yo quiero vivir con amor…
- ¿Te has fijado como has contestado? Tú quieres esto o quieres lo otro.
Pero un deseo no cambia nada, sin embargo una decisión lo cambia todo. Así que
se vuelve a plantear la misma cuestión. El libro te está pidiendo que tomes una
decisión.
Ahora lo entendía todo. Ahora estaba claro. Las raíces y enredaderas le
habían mostrado algunas cosas y luego en su mochila había descubierto lo que le
dificultaba el vivir y ya había tomado conciencia de que debía dejar atrás
todas aquellas cosas y en el fondo ya había tomado la decisión de deshacerse de
ellas, como con su mochila y cortarlas como con las enredaderas. Pero la
cuestión era que si bien es cierto que eran decisiones correctas, ¿Qué llave había
utilizado? ¿La del miedo o la del amor? ¿Es posible que al final sus puertas
acabaran comunicándose?
Y comprendió que ahí estaba la cuestión de todo. ¿De dónde nacen
nuestras decisiones? ¿Del amor o del miedo? Porque podemos pasarnos la vida entera
siendo buenas personas, haciendo actos heroicos, incluso sacrificándonos por
los demás y descubrir al final que solo era para parecer algo o porque teníamos
miedo a no ser aceptado o no parecer menos que los demás o cualquier otra razón
conectada con el miedo.
Leafar cerró los ojos y viajando de nuevo hacia su interior y desde lo
más íntimo de su ser fue arrancando una a una las numerosas capas de miedos. Miedos que lo
habían acompañado durante toda su vida y debajo de todas esas capas encontró un
niño acurrucado, él mismo. Y allí, entre
los dos se estableció una conexión de amor y fue hacia él y lo abrazó y en el
refugio de sus brazos su niño cambió su expresión y se le iluminaron los ojos y
en su cara apareció una gran sonrisa, la sonrisa de los inocentes y en sus ojos
fue creciendo también una mirada de confianza, de que ya nada malo le podría
ocurrir nunca más. Y desde ese espacio infinito nació una decisión imparable e
incontenible de VIDA. Y cuando abrió los ojos se encontró sentado con el libro
entre sus manos abierto de par en par.
Alzó los ojos y descubrió a su árbol que lo miraba desde el espejo con una
expresión como la que tienen los padres cuando están orgullosos de sus hijos.
- Muy bien Leafar, al final has tomado tu decisión y has logrado abrir
el libro. Anda, mira a ver lo que pone. ¿Cuál es tu verdad?
Leafar se inclinó sobre el libro y en la primera hoja antes de ver lo
que decía ya sabía lo que estaba escrito: “CREER ES CREAR”.
Todo cuanto nos rodea, cosas, personas,
situaciones, acontecimientos, incluso la percepción de nosotros mismos, están hechos
de este material, de lo que nosotros establecemos como real y por lo tanto lo
podemos modificar o permitir que estas realidades se petrifiquen en nuestra
vida. Pero igual que con las puertas, el rumbo que tomará nuestra vida depende
de con que llave decidimos modificar nuestras creencias.
La segunda hoja decía: “TODO ESTA SUCEDIENDO AHORA”.
El futuro todavía no ha llegado y además
tiene la traviesa costumbre de que después de imaginarte 100 posibilidades
distintas para estar prevenido en 100 situaciones distintas te sorprende con la
101, la que no habías previsto. Así que, ¿para qué preocuparse?
Y el pasado… el pasado ya no lo puedes
cambiar y lo único que te ofrece es la posibilidad de aprender. Todo es
perfecto aunque a veces duela. Así ¿por qué darle vueltas y más vueltas
culpabilizándote? El presente es en donde hay que vivir. Ahí está todo lo que
vale la pena. Hay que aprovecharlo antes de que se convierta en pasado.
¡Cuánta sabiduría en estas dos frases!
Volvió la hoja y vio que las demás estaban
en blanco. Y Leafar cayó en la cuenta de que en su momento el libro se iría
llenando según él fuese viviendo su recién estrenada nueva vida.
El árbol le sacó de sus cavilaciones.
- Tenemos un propósito que cumplir, ¿Te
acuerdas?
- Y tanto que me acuerdo. Tenemos que volver
a casa. Siento que no hay nada imposible.- Exclamó Leafar henchido de amor y
confianza.
- Estoo… No es por ser aguafiestas, pero me
parece que no pensabas en Hermenegilda ahora. Que a mí no se me escapa una.
- Oh, sí que sigo enamorado de ella, pero
¿sabes? Empecé esta aventura por ella, porque pensaba que sin su amor nada
valdría la pena, pero he descubierto que el hecho que me quiera o no ya no es
la causa de mi felicidad o mi infelicidad. He encontrado la fuente que hace que
desee vivir y la he encontrado dentro de mí mismo. Ella ha sido el estímulo más
poderoso para salir de aquellos muros y a ella le debo todo este revelador
viaje dentro de mí, cosa por la que la
estaré eternamente agradecido y su lugar en mi corazón no se lo quitará nadie,
pero me he dado cuenta que tampoco la conozco tanto, solo su fascinante belleza
y la serenidad que desprende su mirada. Tengo que saber si ella siente lo mismo
por mí, y quiero echar una mirada a su alma. ¡Cómo me gustaría que esa alma
fuese igual que su aura! Y sí, tienes razón. Me he dado cuenta de que me
concentro demasiado en lo que me llama la atención de primeras y la mayoría de
las veces paso por alto lo que hay al lado, cosas evidentes además. Debería
estar más atento y no dejarme deslumbrar porque ahora sé que me pierdo cosas
importantes, a veces fundamentales y en ocasiones mucho mejores que en lo que
estoy focalizado. Como con el libro…
- ¿El libro solo? – Le contestó su arbolada Intuición.
- ¿Qué quieres decir? ¿Ya has sacado tu dedo a pasear?
- No lo puedo evitar. Te guste o no, a partir de este viaje te
acompañaré siempre y estaré mucho más presente pues tú me liberaste de mis
ataduras. Ya sé que algunas cosas te gustaría no saberlas pero créeme, te evitarás muchos disgustos si
me escuchas. Aunque sé también que aun habiéndome escuchado y sabiendo
positivamente el resultado, en alguna ocasión
tomarás decisiones contrarias solo por mantener tu palabra o por amor a
alguien, lo cual honra tu honestidad. Pero como te decía, la mayoría de las
veces deberías hacerme caso.
- Sí, es verdad. Te pido disculpas otra vez.
Leafar sabía a lo que se refería su Intuición cuando le preguntó eso. Se
le hacía presente Altair. Con ella sí que había tenido la oportunidad de echar
un vistazo a su alma y presenciar un alma valiente y honesta, parecida a la
suya, que aun sabiendo que el resultado de su viaje no le traería a su amado
secreto, ella había decidido continuar aunque se dejara la vida en ello solo
por encontrarse a ella misma. Pero Altair estaba enamorada de otra persona, así
que, después de expeler un suspiro
descartó seguir por esos pensamientos. Ojalá lo consiguiera y pudiera
experimentar las revelaciones que él mismo había experimentado.
Ahora fue el árbol el que preguntó, sacándole de nuevo de sus
pensamientos:
- Y ¿cómo piensas salir de aquí? Esto es bastante hermético.
- Pues igual que entré.
Y acto seguido Leafar se sentó, cerró los ojos y fue concentrándose en
su respiración visualizando que se transportaba poco a poco a través de un
paisaje onírico y fascinante. Pasó un rato indeterminado en el que no fue
consciente de nada y solo una brisa fresca lo trajo de nuevo al presente. Abrió
los ojos, miró a su alrededor y descubrió que estaba sentado en medio de un
bosque con su libro en la mano. Ya estaba fuera. Ahora se le hacía apremiante
su vuelta a casa y su encuentro con Hermenegilda. Se levantó de un salto y echó
a andar y sus pies eran como si tuviesen alas. ¡Qué poderoso es el amor!
En su regreso ahora se le mostraban con claridad atajos por donde
abreviar su viaje. Todo era más claro y sentía como si todo conspirara a su
favor para llegar pronto a su destino, que todo cuanto lo rodeaba lo habían puesto para él. Hoy era un gran día.
Y así, como sin darse cuenta se encontró de nuevo frente a sus conocidos
y familiares muros.
Entró en la ciudad y se dirigió a casa de Hermenegilda. Por el trayecto
se fue encontrando con viejos conocidos que le giraban la cara cuando se
cruzaban con él. Se ve que había corrido la noticia de su osadía de salir y ver
el mundo con sus propios ojos. Pero Leafar se sentía más libre que nunca. Solo
le entristecía como se lo pudieran tomar sus padres, a los que quería y aunque
ya no tuvieran las mismas creencias seguirían siendo merecedores de su amor y
respeto. Sabía que les costaría entenderlo al principio, pero con el tiempo el
amor vencería todos los obstáculos.
Aun le quedaba a Leafar una última sorpresa antes de encontrarse con su
amada. Al volver la esquina que daba a su casa se encontró que toda ella estaba rodeada por un ejército de soldados
que custodiaban la entrada. Es curioso pero en los escudos estaba su propia
imagen. “¿Cómo puede ser que los soldados sean supuestamente míos y a la misma
vez me impidan pasar?” se dijo para sí. Se acercó y se dispuso a entrar cuando
se topó con un soldado que impidiéndole el paso le dijo:
- Solo los guapos tienen éxito.
Se apartó de aquel y trató de entrar por otro sitio y se topó con otro
soldado que decía:
- Solo los ricos tiene éxito.
Aun así lo probó una vez más desplazándose unos metros y otra vez
también se topó con otro soldado que le espetó:
- Solo los poderosos tienen éxito.
Tuvo que reconocer que gran parte de la sociedad se regía por estas
creencias y con frecuencia se había topado con que el factor que decantaba la
elección de unos y otros eran estos conceptos y los menos agraciados se pegaban
a estos individuos para intentar recoger sus migajas. En el fondo era patético,
pero las cosas parecían funcionar así. Leafar ya no estaba dispuesto a aceptar como
debía verse él mismo. Podía funcionar para el resto, pero para él ya no. De
hecho reconoció que esos soldados no eran sino los vestigios de sus propias
falsas creencias. Por eso llevaban su imagen en los escudos. Y tuvo que
reconocer que estaban más arraigadas de lo que él creía.
Pues esto precisaba de algo más contundente que no solo el razonamiento.
Se fue para el primero de la fila y sabiendo que se toparía con esos
soldados en otras ocasiones de su vida, se dijo que por lo menos no serían los
suyos y acto seguido se dirigió al primer soldado de la fila, abrió la mano y
con todas sus fuerzas le propinó un guantazo de tal calibre que toda la fila
fue cayendo cual fichas de dominó hasta no quedar ni uno en pie. Levanto de
nuevo la mano y todos los soldados salieron huyendo como ratas a esconderse.
Y con la autoestima es su sitio y las falsas creencias derrotadas Leafar entró por la puerta dispuesto a
declararle su amor a Hermenegilda.
Subió unas escaleras y al llegar al rellano, miró hacia un lado, miro
hacia el otro y al fondo distinguió una luz que se colaba por una puerta
abierta y hacia allí se encaminó. Llevaba dos pasos dados cuando sintió una
voz.
- Hola Leafar. Te he visto llegar.
Se sobresaltó con aquel silencio roto de aquella manera tan súbita pero
dulce a la vez y allí plantada delante de él estaba ella, Hermenegilda. El
corazón se le disparó a mil por hora y por unos interminables instantes le
abordó un pánico horroroso de no ser capaz de articular ni una sola palabra de
su boca delante de ella. Pero enseguida recobró la compostura y contestó.
- Hola bella Hermenegilda. He recorrido una gran distancia y afrontado
mil peligros dispuesto a todo con tal reunir el valor de presentarme ante ti y decirte que desde el día que te vi sueño con
pedirte que me permitas ser parte de tu vida y me dejes intentar demostrarte
que soy digno de merecer tu amor. Nunca creí que fuese capaz de vivir lo que he
vivido ni de atreverme a hacer las cosas que hecho y tú has sido la razón por
la que renuncié a todo para al final encontrarme a mí mismo y vencer todos los
obstáculos.
- Me halaga profundamente que un chico tan apuesto como tú haya hecho
esas cosas por mí.
¿Apuesto ha dicho? No se podía creer que esas palabras salieran de la
boca de Hermenegilda.
- Sé de ti hace tiempo.- Continuó la muchacha- Tengo varios cuadros
tuyos. Deberías potenciar ese talento. Pero también sé que eres un
inconformista y un soñador. No lo digo como algo malo, pues todos hemos sido
inconformistas y soñadores en alguna ocasión. Pero me han educado de otra
manera y mi vida ya está bien como está. Además has roto las leyes con todo lo
que eso conlleva y yo no estoy preparada para vivir como tú. Yo ya he elegido a
mi amado y reúne todas las condiciones que yo quiero en un hombre. Es guapo, es
de las familias más influyentes de la ciudad y de las más ricas. No quiero
arriesgarme a perder todo eso. Lo siento Leafar. Me siento muy honrada por lo
que me has dicho pero creo que deberías seguir tu camino y encontrar a alguien
que aprecie más el tipo de vida que ofreces. Y si todo esto no fuera así por
supuesto que serías más que digno de tener mi amor.
En esos momentos a Leafar se le cayó el alma al suelo. Aun así le
contestó:
- Creo que podría vencer todas esas cosas si me amaras. Podría hacerme
rico, podría incluso hacer cambiar las leyes, podría convertirme en alguien
importante. Incluso sería capaz de convencerte cantando todas las noches bajo
tu ventana recitando para ti los más bellos poemas de amor. Insistiría hasta
derribar tus defensas. Pero lo que no podría es no ser honesto conmigo mismo ni
traicionarme. Seguiré siendo un inconformista y un soñador y si no puedo vivir
en esta ciudad buscaré un lugar lejos de aquí para darle rienda suelta a mi
ser. El respeto hacia mí mismo está por encima de cualquier persona. Sé que gran parte de tu idea de vida está
anclada en tus miedos Pero eso lo has de ver tú. Veo tus soldados rodeándote.
Algún día quizás te liberes. Y ese día quizás me busques. Ahora me marcharé y
queda aquí contigo mi más sincero deseo que encuentres la felicidad con todas
esas cosas. Te llevaré en mi corazón siempre.
Y Leafar abandonó la casa cabizbajo y con las lágrimas apunto de
derramarse. ¡Qué pena! Podrían haber sido tan felices.
Anduvo sin rumbo fijo un rato y después se sentó en una plazoleta del
casco viejo bastante solitaria que le permitía estar allí solo y desapercibido
para pensar en todos aquellos acontecimientos.
Si era su destino estar solo pues lo haría con dignidad y aceptación.
Quizás la vida le tenía reservadas otras sorpresas emocionantes y en seguida se
irguió y se sintió dispuesto a vivirlas. Todavía sentía un nudo en la garganta
y ya no pudo retener más las lágrimas cuando vio a Altair, que abrazada a un
muchacho, era la misma imagen de la felicidad. ¡Vaya lo consiguió! Se dijo
alejándose entre sollozos.
Leafar intento escabullirse para no interrumpir a los dos amantes. Pero
como en él era habitual y también debido a su poca visión, entelada por las
lágrimas, tropezó con un tiesto lleno de geranios que al caer se llevó consigo
un letrero que anunciaba unas ofertas de un comercio cercano, todo ello con
gran estruendo.
En esos momentos Altair descubrió a Leafar que se cubría la cara para
que nadie le reconociera y se acercó a él.
-Hola Leafar. Creía que no te volvería a ver. ¿Cómo te fue todo? ¿Has
conseguido lo que querías?
Cuando se encontraron las dos miradas, Altair dedujo que no demasiado
bien a juzgar por la expresión de Leafar. De su manga sacó un pañuelo y se lo
ofreció.
- Pues no como yo esperaba. Y tú, ¿conseguiste llegar a tu isla?
- Sí, lo conseguí. La magia que me cediste fue fundamental. Te estoy profundamente
agradecida. No fue fácil, pero al final encontré mi verdad.
- Y te trajo a tu amado, por lo que veo. Al menos uno de los dos lo ha
conseguido. Me alegro por ti.
Altair abrió la boca para contestar pero Leafar la interrumpió.
- ¿Sabes? Creo que ya no me queda nada aquí y me iré. Necesito salir de
aquí y construirme mi propia vida lejos de estas absurdas leyes y de estos
absurdos muros. Cómo me hubiera gustado irme acompañado de mi amor. Pero no ha
podido ser.
Y mirando a Altair a los ojos le dijo:
- Altair, ojala me hubiera enamorado de ti aquel día. Hubiese acertado
de pleno. En este viaje me he podido asomar a tu alma y he sentido tu fuerza y
tus nobles sentimientos. Eres una mujer extraordinaria. Que suerte tiene ese
muchacho. ¿Era él tu amado secreto?
- No, no era él.
- Y ¿Quién era?
Altair abrió la boca para contestar pero Leafar la interrumpió de nuevo.
- No me lo digas, es mejor así. Que seas feliz.
Leafar le acarició la cara y se volvió para marcharse cuando unas manos
le retuvieron y una voz le dijo al oído:
- Eras tú Leafar, eras tú. Siempre fuiste tú.
Leafar se volvió y su mirada se encontró con unos ojos luminosos,
profundos y limpios que lo miraban. Se fundieron en un abrazo infinito y un
rayo de sol se coló entre las nubes iluminando a las dos almas.
- Entonces- dijo Leafar- ¿Quién es el muchacho que te abrazaba?
- Es mi hermano. Me despedía de él porque yo también he decidido dejar
esta ciudad.
En ese momento Leafar puso una rodilla en el suelo y delante de ella,
cogiéndole la mano, le dijo:
- Altair, ¿Quieres acompañarme? Contigo sé que nada nos hará retroceder.
Juntos fundaremos un lugar donde reine la libertad y el amor.
- Iré contigo al fin del mundo. – le contestó Altair.
Se cogieron de la mano y comenzaron a caminar en dirección al sol que ya
se escondía en el horizonte.
Leafar se metió la mano libre en el bolsillo y palpó la cajita de magia
que le quedaba que en su día le
proporcionó el anciano y se dio cuenta que no la había usado. La abrió por
curiosidad y dentro había una estrella en miniatura y una inscripción que
decía: LA ESTRELLA MÁS BRILLANTE.
Wow! Miró a Altair y pensó que eso sí que había sido pura magia.
De pronto sintió vibrar el libro que llevaba debajo del brazo. Lo abrió
y en la tercera hoja recién escrito se leía “SIGUE ESA ESTRELLA”
Y llevaba una firma con forma de árbol.
FIN